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10 enero 2009

Ni voz ni botox


Todos los que estamos más cerca de la cuarentena que de la veintena, que hemos sido Reyes y ahora solo podemos ser Padres sabemos que aún así (a pesar de la sensación de estar perdiendo pie, de que las nuevas modas se nos escapan con la fluidez de una pantalla táctil), la juventud tiene una fecha de caducidad cada vez más difusa, como una cifra borrosa en la tapa de un yogur. Hay quien dice que, por otra parte, si no lo abrimos y lo seguimos manteniendo bien dentro del frigorífico no pierde ninguna de sus propiedades y es perfectamente comestible mucho después de lo aconsejado.

Si uno ha rechazado sacarse el carné de conducir, casarse, ir a las despedidas de soltero de sus ex-mejores amigos, ponerse corbata o enterrar sus zapatillas de deporte en el fondo del armario, ya le ha ganado varios meses al calendario. Y si encima se dedica a cosas como la literatura (donde te darán trato de escritor joven hasta que seas: a) un perdedor sin talento, b) un amargado juntaletras de provincias con libros financiados por la Caja de Ahorros local o c) un escritor viejo), la música, la pintura, el cine de autor o el comic, pues eso que vamos adelantando. En el fondo, todo trabajo que suponga cierta creatividad y un horario flexible tendría que ser bueno para la salud, ¿no?

Si envejecer supone tener primero el color de la pantalla en las series de Telecinco (moderno, americano, brillante), luego el de Antena3 (más apagado, europeo, anodino) y finalmente –justo antes de la extremaunción- el de los modernos sainetes de La Primera (rancio, español, plano), entonces los treintañeros todavía albergamos la posibilidad de ajustar la imagen para que el resultado sea cercano al cinemascope. Aunque por dentro, en ese pozo negro llamado alma, se estén rodando constantemente unas películas que son mezcla de “Los albóndigas en remojo” y “El séptimo sello”.

Ya no vamos a fiestas en las que una mirada lo electrifique todo. Ya no te obedecen las palabras como si surgieran directamente de las uñas. Ya no piensas “podría amarte si volviera a aquel momento en el que comencé a odiarte”. Ni siquiera das saltitos o agitas la cabeza cuando escuchas un disco que te gusta. Los años han pasado como un engranaje perfecto, pero a veces sale del horno de la memoria un humo negro que hace que el mundo adulto huela a chamusquina. Y te ves al cerrar los ojos, y también al abrirlos, leyendo hacia atrás como en un espejo.

Artista del día: Band of Horses

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