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04 febrero 2009

Malo no, malísimo


La hipocondría es la única dolencia que no tengo”, decía Oscar Levant. Es, seguramente, una de mis frases predilectas de los últimos meses, y la que más y peor aplico a mi vida cotidiana. Todo empezó en las pasadas Navidades. Noté unas punzadas agudas casi a la altura de la axila. De inmediato pensé en una enfermedad coronaria, el preludio de un infarto, la antesala de un marcapasos.

Cualquier consulta que realizara en Internet me llevaba a la misma conclusión: yo iba a morir, e iba a morir pronto. Luego me di cuenta de que cada vez que me acordaba del dichoso pinchazo éste parecía aumentar su intensidad, que ahora se extendía –en mi imaginación, se entiende- desde su punto de origen hasta prácticamente el hígado. El paso del tiempo me convenció de que aquello no era nada. Más bien olvidé mi dolencia gracias a estar ocupado en un millón de cosas.

Poco después aparecieron unas misteriosas llagas justo encima de las encías. La lógica me decía que quizás eran fruto de una reciente gripe, pero en mi fuero interno yo estaba seguro de que se trataba de una rama alternativa y todavía desconocida de la lepra. Iba a descomponerme por dentro. Intenté mil y un remedios: miel con limón, enjuagues con menta, antibióticos, una visita desesperada al dentista con la excusa de una limpieza bucal, pero lo único que acabó con aquel problema fue de nuevo el tiempo: unas semanas más tarde, todo volvía a su normalidad: dientes, saliva y carne humana.

Acto seguido mi cuerpo se aplicó en un contraataque demoledor: tras un nuevo constipado lo siguiente fue una alergia. Algo -¿el chocolate? ¿el vino? ¿el queso de oveja? ¿Las gramíneas?- se apoderó de mi garganta (teniéndome durante días con un continuo carraspeo), mis ojos (picor irrefrenable) y nariz (goteo y congestión). Nunca me había pasado antes. Pensé en un cáncer de laringe, en el asma que me azuzó siendo niño, en no llegar al mes de marzo. Y lo probé todo: hierbas y medicamentos, acupuntura y química pura, infusiones y ejercicio. El cambiar Madrid por Gijón durante un fin de semana me aclaró las ideas: de repente, el clima húmedo de Asturias eliminó cualquier síntoma de enfermedad, y no importa lo que allí comiera o bebiera, todo estaba en su sitio.

Pero al volver a casa, los males también volvieron. “Alergia seguro”, me dijeron. Sí, ¿Pero a qué? “A lo médicos”, me espetaron al saber que en todo este tiempo no había ido por la consulta ni una sola vez. Sí, a los médicos y a mí mismo, quizás el mayor pozo de padecimientos que conozco. De solo ver una radiografía me imagino mi rostro convertido en un cadáver. Y eso es seguramente lo que me llevará a la tumba. Solo de pensarlo me pongo malo.

Artista del día: Doveman

3 comentarios:

LU dijo...

Internet como prodigio potenciador de hipocondría o ese pequeño médico que todos llevamos dentro, no tiene precio.

Te falta ir al curandero de la tribu y colocar en la ventana una noche de luna llena unas hierbas en un jarrón de cristal, orienmtado al este…. Y dar cuatro saltos sobre el pie izquierdo con las manos apoyadas en la parte trasera de la cabeza, mientras tarareas la última tonadilla de cualquiera de esos hiorteras que inundan . Y todo solucionado, desde los pies hasta la punta de los cabellos.

Javier Acedo dijo...

Yo dejé de buscar "soluciones por internet" a síntomas fisilógicos después de un chasco que afortunadamente no era nada.

Es lo que tiene los que tenemos el gen "Woody Allen", hipocondría al máximo.

Aunque contándolo como lo cuentas, y poniendo una pizca de humor al asunto, me ha recordado a una de las historias que Nani Moretti narraba en "Caro diario".

A mejorarse! (o irse a Xixón que es buen sitio vamos)

THE UGLY FACED BOY

Anónimo dijo...

Recuerdo que cuando niño, esperando a ver los dibujos animados de Spiderman, me tragaba gran parte de "Más vale prevenir". Eso me creaba cada semana el pánico de una nueva dolencia, con sensación de aparición de síntomas y todo. Así, cada siete días la enfermedad de la semana era... "¡Reuma!", o "¡Hemofilia!"... o cualquier otra cosa.
Mucho daño me ha hecho eso. Todavía padezco esa intermitente paranoia y no sé como prevenirla.