
Fue como despertar después de haber dormido durante meses. Meses sin haber visto la televisión ni haber ironizado sobre esas voces difusas que nunca se dirigen a nosotros directamente. Durante ese periodo te habías hecho inútiles preguntas sobre el paso del tiempo, la edad y la muerte. Habías marcado en una pizarra las noches en las que salías o no salías, y la hora a la que volvías pasada la madrugada. Sumabas las calorías ingeridas, el número de cócteles, combinados y licores consumidos, las aspirinas que necesitabas engullir para no sentirte peor a la mañana siguiente. Aun siendo feliz puntualmente siempre tenías en tu cabeza el temor a que ya fuese demasiado tarde para todo, la idea de que dentro de otros treinta y seis años tendrás más de setenta, y habrás inventado innumerables trucos y resortes del alma como para respirar hondo.
Ahora te vale con pensar que Michael Jordan se retiró, en plena forma, a los cuarenta, o que algunos de tus poetas favoritos escribieron sus mejores versos ya en su madurez, o que gracias a una dosis de suerte genética pareces mucho más joven de lo que indica tu carné de identidad. Te vale comprobar que tus copas nunca han estado llenas, sino medio llenas, y que siempre has buscado con la mirada al camarero. Pero... ¿a qué podrás asirte cuando estés a punto de convertirse en un anciano? El caso es que despiertas, tras haber cruzado un túnel oscuro y vacío, y sientes por fin el alivio de quien ha aprendido una lección: las preguntas de cómo, cuándo y dónde morirás no son más imperiosas que las de cómo, cuándo y dónde vivirás.
Uno deja de ser joven cuando las conversaciones ajenas, las que oímos sin querer en un café, en un concierto o en la parada del autobús, parecen desarrollarse en un idioma extranjero que no hace más que subrayar nuestra terrible, granulosa soledad. Y tras titánicas luchas contigo mismo, con las bayonetas del recuerdo pinchando tu espalda, con las bombas de racimo del presente, con la zona cero del futuro; tras –repito- aceptar que cada día una parte de ti ha de irse y otra se quedará colgando en el ropero, tras desechar las mentiras de las drogas o el alcohol... te das cuenta. Suena en tu mente como mil teléfonos en despachos cerrados. Te despiertas y todo ha cambiado. Has cambiado tú y ha cambiado el mundo. Bienvenido a esa época en la que tendrás que salirte con la tuya y cada tendón, cada hueso, hará de ti un hombre distinto a todos los demás hombres: un adulto extraño, feliz e iluminado.
Artista del día: Nick Drake
No hay comentarios:
Publicar un comentario