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05 junio 2009

Patio de colegio


Todos los que hayan cursado la EGB recordarán al chaval Testigo de Jehová que cuando llegaba la clase de ética/religión salía al recreo debido a un acuerdo previo entre sus padres y los profesores. O al alumno ultra-católico que se marchaba a casa cuando tocaba “dar” algún curso de orientación sexual o se mencionaban de alguna manera no ecuménica eso que se solían llamar “las partes pudendas”. Algunos de esos chavales se lo tomaban con resignación, casi vergüenza, como pidiendo perdón por ser la mera prolongación de las creencias o las neurosis de sus mayores. Para el resto, por mucho que envidiásemos sus ausencias consentidas, en general daban bastante pena.

Iba escribir aquí que me siento igual que ellos muchos viernes por la noche, cuando ejerzo de leproso social en bares y pubs, incapaz de disfrutar de lo mismo que los demás disfrutan, u obligado por mis sentimientos a no participar en el juego hedonista de los fines de semana, pero en realidad quiero hablar de otra cosa. De los progenitores que por el mero hecho de engendrar se creen con el derecho de imbuir a sus hijos de una carga doctrinal tan estricta que uno diría que se trata de una manipulación parecida a la que ejerce el padre de las hermanas Williams sobre las tenistas. O la madre de Carrie en la película del mismo nombre. Algunos adultos quieren campeones en una fe, en una moral, en unas enseñanzas que los niños pueden acatar, pero no asimilar realmente, ni por supuesto asumir con responsabilidad. Mientras a los homosexuales se les ha venido negando el derecho a la adopción, en el Occidente que conocemos basta con copular con éxito para luego tener a tu disposición a un ser con el que realizar un experimento social.

Ejerciendo una presión que solo la sangre puede explicar convertimos su cuarto de juegos en un laboratorio ideológico y religioso. Y no estoy hablando de infantes que van a cantar letras para adultos en programas como “Menudas estrellas”, ni raulitos zarandeados por el éxito temprano. Ni siquiera los niños-futbolistas, única esperanza para pagar hipotecas. Me refiero a los que, desde el proselitismo, hacen una transfusión de escala de valores desde el sofá a la cuna. Nos hacen pensar si no tendremos los humanos demasiada libertad. La libertad de engendrar, moldear, manipular y contagiar a alguien con nuestro código genético todo aquello que nos parece bueno y malo, blanco o negro. Quizás a los hijos habría que enseñarles los puntos intermedios, las cosas regulares y grises. Creo que deberíamos estar seguros de poder educar a nuestros hijos dentro de lo que se llamaría una estricta flexibilidad: el escepticismo, la duda permanente, la curiosidad, el buen humor y las ganas de vivir. Sin miedos ni códigos de comportamiento que les abracen como camisas de fuerza.

Nota mental: ¿No tendríamos que pasar un examen antes de convertirnos primero en adultos y luego en padres?

Artista del día: Nick Castro

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo cual me ha recordado a un libro
Cineclub de David Gilmour.

Anónimo dijo...

Cada día lo tengo más claro: La esterilización es la solución (a todos los males de la humanidad)

satelitejameson dijo...

Me alegra encontrar a alguien que se plantea estas cosas. Yo creo que falta en el sistema educativo enseñanzas de tipo, digamos, psicosocial. No me refiero a Educación para la ciudadanía ni de un manual de comportamiento como el que había en la época franquista. Y tampoco parece ser suficiente la asignatura de religión-ética (aunque las catequesis y confirmaciones han hecho tradicionalmente de sustitutivo), en un país que pretende ser 'políticamente' aconfesional.

Me refiero a que, igual que se estudia matemáticas, física, geografía, etc, pienso que se debería estudiar psicología o similar (independientemente de que en el centro debiera haber un psicólogo) como otra más de las materias, como una ciencia más. Aparte, el tiempo del recreo debería ser un tiempo controlado en el cual se deberían desarrollar diferentes actividades lúdicas supervisadas por monitores, en lugar de dejar a los niños al libre albedrío en el patio para que 'aprendan' a machacarse entre ellos.

Recuerdo en 7º de EGB preguntarle a la profesora de lengua que dónde se aprendía sobre la vida ya que en el colegio no se enseñaba y me contestaba que la vida misma me enseñaría. A lo más de acuerdo que he podido llegar a estar es que hoy en día pienso que tarde o temprano todas las personas deben ejercer el autodidactismo porque ninguna educación original es tan perfecta que baste con ella. Aun así en aquél momento quedé chafado por la respuesta que dejaba en evidencia un manifiesto vacío educativo y un desamparo para el niño en formación.

Acuarela dijo...

Totalmente de acuerdo, Stelitejameson. No podría haberlo dicho mejor. El problema sería encontrar un profesor para esa "ciencia extra" que no genere protestas de algunos padres. El debate podría llevarnos a una calle sin salida.

Se podría plantear una serie de clases en las que los padres expliquen a los alumnos cosas que nunca hablan en casa: cómo consiguieron su primer trabajo, qué pensaron al tener su primer hijo, en fin, asuntos de calado humano que bien llevados por un buen educador podrían dejar su huella.

Jimmy Jazz dijo...

Me parece que satelitejameson contradice su postura, o eso me ha parecido.

No veo coherente esto: "tarde o temprano todas las personas deben ejercer el autodidactismo..."
Con esto: "el tiempo del recreo debería ser un tiempo controlado en el cual se deberían desarrollar diferentes actividades lúdicas...".

Ya sé que la misma actividad conduce a aprender o desarrollar nuevas habilidades. Pero me parece que ya se adoctrina bastante a los alumnos, sin ofrecer mucho espacio al autodesarrollo creativo, como para que el recreo también esté controlado por actividades impuestas por lo que creen los educadores que es mejor para el alumno.

Lo que personalmente me parece más correcto es que al alumno se le otorguen los medios para que le sea mucho más fácil el desarrollar las actividades con libre albedrío.

Pero aun así no creo que ese sea el problema. Cuando un pequeño o adolescente rechaza lo que en otro sitio realiza con entusiasmo, como pueden ser ciertos juegos, no creo que se refiera a que no les interese, sino que en la escuela lo ven como una obligación.

Cuando yo iba al colegio y al instituto no nos daban balones, redes o lo que sea para jugar. Nos lo teníamos que traer de casa, y si un deporte te gustaba como el badminton, o cualquier otro que necesite unos instrumentos específicos, no podíamos practicarlo, por el hecho de denegarnos poder utilizarlos.

El control de los profesores en el tiempo de recreo, lo limitaría solo en el caso que se le prestara a los alumnos material. En calidad de preservar el buen funcionamiento de la actividad y del material, que libremente han escogido los alumnos.

Un saludo!