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01 noviembre 2009

Sin perdón



He tomado la firme resolución de leer “Por el camino de Swan” de Marcel Proust a partir de la página once. Lo mismo haré con “Tiempo de Silencio” de Luis Martín Santos. Además este fin de semana escucharé el “Blonde on Blonde” de Bob Dylan evitando la primera canción, puede que también la segunda. Y pienso obviar los 10 minutos iniciales de “El Padrino”. Del uno, del dos y del tres. Seguro que no me pierdo nada, y que mi vida no cambia ni para mejor ni para peor. Otra cosa será el alma, pero no pretendo hablar de algo tan vaporoso.

En realidad lo que me he propuesto hacer es imitar a los que hace unos días se sentaban en las butacas de una sala de versión original entre cinco y diez minutos después de comenzar la película. Estoy hablando de “Si la cosa funciona” de Woody Allen, es decir, la ineludible cita anual del genio de Manhattan con su público. Uno podría pensar que no tiene sentido entrar en el cine una vez te ha perdido el planteamiento de una historia, los primeros diálogos, el chisporroteo de frases ingeniosas y evocadoras imágenes habituales en Allen. Pero por lo visto nada de eso importa a quien camina con pasos de buey, se acomoda con aspavientos, se quita la chaqueta e incluso enciende la luz del móvil para ver qué hora es. Unos pocos gritos y susurros más y se dispone a seguir la trama por la que ha pagado no menos de siete euros. Eso sí, sin evitar en absoluto un carrusel de codazos, comentarios al oído, risas a destiempo y movimientos de mollera que recuerdan a la endemoniada chica de “El exorcista”.

Parece ser que el comportamiento habitual del público de las salas comerciales o de los multicines de periferia ha contagiado a todo el mundo. Se pueden comer palomitas y hasta donuts. Hace unos meses unas cuarentonas devoraban unos ruidosísimos caramelos de fresa ácida en plena proyección de “La Pianista”. Me refiero, sí, a “La pianista” de Haneke, ese filme tan crudo, intenso y polémico que a veces terminaba con la deserción de parte de la sala y algunos estómagos revueltos. Queda claro que para los leprosos sociales como yo cada vez se pone más difícil disfrutar del séptimo arte. El DVD e Internet son ahora la panacea, el único modo de evitar que los sapos y culebras que nos vemos obligados a tragar nos conviertan en anfibios. Eso o que pongan una fosa estilo castillo medieval para los que llegan tarde. Y que no puedan salvarse cruzándolo por sus bufandas de intelectual o sus pañuelos palestinos.

Artista del día: Early Day Miners

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Alguien que piensa como yo!!!

Anónimo dijo...

Me apunto!

marta dijo...

Estás hecho un cascarrabias, pequeño jesús XDDDD

Anónimo dijo...

Yo deje de ir al cine por motivos como ese. Por cierto magnífica película la de Haneke, fui uno de los que se revolvieron en el asiento pero no me levante,MAGNÍFICA!!!
Desde el retiro alpujarreño