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17 abril 2010

No pasaron.



Ayer, al volver a casa para almorzar comprobé, con sorpresa, que no podría abrir la puerta del piso. Tras intentarlo una y otra vez –y advertir, por las marcas en la madera, que alguien había forzado la cerradura con una palanca y que incluso podía estar dentro- decidí llamar a la policía. No solo tardaron casi una hora en llegar (¡Menos mal que no me estaba desangrando!), sino que vi con resignación que la llamada no es gratuita. ¿Se imaginan a una persona malherida e indefensa teniendo que buscar unas monedas para marcar? ¿Conciben que tenga que mendigar para poder pedir ayuda por teléfono?

Al llegar al piso la autoridad comprueba que, efectivamente, era imposible acceder a mi vivienda. Creo que me he tragado demasiados capítulos de CSI, pero me sorprendió que dijesen: “si quieres echamos la puerta debajo de una patada, pero luego tendrás que pagar la reparación”, y que se marchasen sin mirar si los manitas de uranio habían dejando algún indicio. Al menos se notaba que habían acabado el BUP, y hasta sabían conjugar correctamente algunos verbos básicos. El caso es que mientras esperamos al cerrajero llegan los vecinos. Les comento lo que me ha sucedido y acto seguido se dan cuenta de que han entrado en su casa... llevándose dinero, alhajas y otros objetos de valor... Pero lo peor es la imagen de cajones y armarios abiertos, calzoncillos y toallas por el suelo: la intimidad violada por las zarpas de unos desconocidos en busca de unos billetes ocultos entre calcetines.

Para entonces yo ya me había mordido las uñas hasta el hueso. ¿Qué podía encontrarme en mi piso cuando lograse al fin abrir la puerta? Pensé en un lector de DVD comprado en oferta, en la tele, en mis libros y mis discos y... poco más, porque el único valor que tienen mis pertenencias es sentimental. Fueron unos minutos muy tensos, en los que me sentía medio drogado y medio borracho. Al fin, cuando el cerrajero logró romper el candado exclamó: “¡Pues sí, te han robado!”. Otro síncope antes de descubrir que el profesional liberal había confundido el habitual desorden del recibidor con el atribulado paso de los ladrones. Lo que allí había eran unas zapatillas del Atleti, periódicos por el suelo, paños de cocina y un montón de facturas... nada extraño para mí. Los vecinos me miraban y yo no sabía qué decirles. Por suerte mi puerta había aguantado soportado varios envites mientras que ellos dependen ahora del seguro y de la Justicia. Durante un segundo lamenté que no me hubiesen robado también a mí, aunque solo fuese un poco.

Pero esa sensación se esfumó cuando me senté en mi viejo sofá, aliviado, pero como si me hubiese pasado un autobús por encima, preguntándome: ¿soy el mismo que diez años atrás pedía la abolición de la propiedad privada?

Artista del día: Mezz Mezzrow

2 comentarios:

Natxo Sobrado dijo...

Así sí. La crónica diaria bien contada y lista para cotillear mientras se disfruta de la manera de cómo está escrita.

Que no sea la última, que yo ya cumplí mi parte y me tomé el chupito reglamentario por Acuarela. Ahora te toca a ti mantenernos informados.

PD: los vecinos han tenido su venganza por los tacones cercanos.

Enrique Ortiz dijo...

Cuando te roban en casa, siempre hay una sensación extraña, como de pudor a descubierto y desolación, no sabe uno bien por qué. Un abrazo fuerte.