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16 febrero 2009

El futuro y el destino


(pasando de refilón por un libro de Alan Moore)

Una de las razones para seguir viviendo en el hogar familiar pasados los 30 es que nuestros mayores han abierto la mano (en lo que se refiere a las costumbres o cualquier asunto potencialmente crítico) para evitarse disgustos. Mamá y papá han bajado el listón para mantener a su progenie cerca del núcleo de afectos. Por eso y porque yo ya hace años que me independicé, este episodio de mi vida nocturna resulta de lo más extraño.

En el sueño abro mi puño izquierdo y las cinco agujas de un reloj imaginario forman decenas de círculos perfectos. En uno de ellos escucho mi nombre en la megafonía del supermercado: me he perdido y mis padres me esperan en el punto de encuentro. Pero el amor también consiste en separarse y por ese motivo aguardo unos minutos en la sección de juguetes mirando resplandecientes cohetes, cápsulas lunares, portaviones y un cubo con caras de colores que parece una nave descolgada del cielo. Luego, confirmando la teoría de que en los sueños podemos percibir olores, salgo corriendo por pasillos metálicos perfumados con tiza y plastilina, enjugándome las lágrimas. Entonces sonó el despertador. Las siete. Resaca y mal aliento. El trabajo, que nunca nos hará libres ni ricos, nos espera en otro largo día.

¿De verdad no he sacado nada en claro de todas esas imágenes nada oníricas causantes de mi sudor frío y mi nuca ardiendo? Creo que sí. Ahora que mis padres son unas personas que a veces me recuerdan la voluntad efímera de la sangre y el valor de un teléfono descolgado en el momento preciso. Ahora que sabemos que estamos atados a la textura de esta tierra y que los placeres se borran a sí mismos a medida que acontecen. Ahora que ya no nos asustan las distancias entre galaxias y que Dios pesa menos de la mitad. Ahora que llegamos a todas las estanterías y que hemos aprendido a limitar nuestro destino negando la felicidad de los demás. Ahora, muchas veces, cierro los ojos y deseo con todas mis fuerzas que alguien se acerque hasta mí y me diga: no tengas miedo, el juego ha terminado, volvamos a casa, agarrándome del brazo, otorgándome valor y difuminando todas las líneas de mi rostro, todo eso que ha hecho de mí un hombre obligado a prescindir de la idea de que un día sus padres estarán muertos y sus cuerpos ya no tendrán otra memoria que la nuestra.

La conclusión es que no hay nada que pueda hacernos felices, a los treinta, los veintiséis o los dieciocho, cerca o lejos del hogar paterno, con novia o casados, en bares o en after-hours mientras no asimilemos la idea de que estamos solos y que nadie va a venir a buscarnos para abrazarnos hasta un futuro que no tenga nada que ver con el destino.

Artista del día: Hoquiam

1 comentario:

Anónimo dijo...

Grande Alan Moore y grande la capacidad del ser humano para soñar, recordar lo soñado y buscarle algun sentido o lectura trascendental.

En los colegios deberían reunir a los niños un dia a la semana y hacerles hablar de lo que sueñan, al menos para que se acostumbren a ellos. Nadie habla habitualmente, en conversaciones cotidianas, de las cosas que sueña.