.

19 febrero 2009

La máquina del tiempo



A veces, rebuscando entre papeles viejos, entradas de conciertos, servilletas con direcciones y mohosos recuerdos uno se encuentra con algo que provoca el mismo efecto que una bomba. Me refiero a esas bombas que aparecen de repente en los pueblos, o en los escombros cuando el suelo es removido para construir un bloque de pisos, vestigios de la guerra civil enterrados a medias. La gente rodea el artefacto, preguntándose como habrá llevado “eso” tanto tiempo allí sin dar señales de muerte. Cada cual tendrá su opinión, su rictus de asombro: la bomba parece casi un fósil prehistórico de otro mundo, de otros tiempos mejores o peores. Pero a pesar del aparente peligro que puede entrañar el arma dormida, terminamos mirándola de cerca, rozándola.

Así se explica que, después de bastante reflexionar, acabes abriendo una carta de hace muchos años. Una carta que no llegaste a contestar cuando eras otra persona. O mejor dicho, una persona que encerraba muchas otras en su interior. Sabías como utilizar ciertos adjetivos, emplear metáforas tramposas para resultar más interesante y que te apreciasen más de lo que seguramente merecías. Dice Woody Allen que cuando era más joven y coincidía con una mujer en el metro, en la calle, o en cualquier lugar público, se imaginaba cómo sería su vida con ella, y qué tal se comportaría en la cama. Es verdad que uno se deslumbra con la mujer bella, se entusiasma con la mujer inteligente y se queda con la que le hace caso, pero todos hemos pensado que nuestro camino habría sido distinto de no haber cortado con Marta, o de haber hecho caso los consejos que nos dio Luis sobre una tal Gemma. Con Julia todo pudo ser diferente y... ¡Ay, si no me hubiese abandonado Eva!

Pero mientras seguimos leyendo aquella carta sentimos por dentro una sorda explosión de sensaciones. La caligrafía, unas pocas palabras que hablan apasionadamente del amor y del futuro, la firma terminada en un rabito con un corazón un poco cursi te llevan a otro sitio como si te hubieses plantado en el tele-transportador de Star Trek. Entonces tomaste algunas decisiones al azar, como haciendo caso a una flor imaginaria que te decía “me quiere” o “no me quiere”. Y enterraste vivas ciertas emociones que durante algún tiempo arañaron su ataúd por dentro y finalmente murieron de pena y de cansancio. ¿Por qué vuelven a ti estos pensamientos sepultados desde tu adolescencia? ¿No te has jactado a menudo de no mirar atrás ni pensar en el porvenir? ¿Dónde están los artificieros cuando se les necesita?

Artista del día: Hood

3 comentarios:

Javier Acedo dijo...

Es curioso como en los dos últimos posts se nota como el carácter "science-fiction" entra en tus textos.

No serás fan de "Lost" y que en su 5a temporada, cargada de un genial science-fiction, estas siendo "dominado" por ese sentido de forma inconsciente? jejeje...

Muy grande Moore, yo estoy en fase completista de su obra, la cual os invito a que busqueis un libro conmemorativo en un cumpleaños suyo en el que se le ocurrió realizar una performance sobre su vida llamada "El amnios natal".

Y sobre las "cartas-bomba" que nos encontramos en momentos de nuestras vidas, es verdad que lees ciertas cosas pasadas, y a veces, parecen tan ajenas a tu "yo actual" que da miedo.

Como si hubieramos pasado por una fase "ultracuerpo" de la cual salimos hace tiempo de unas vainas.

Curioso.

THE UGLY FACED BOY

Acuarela dijo...

"El amnios natal" es uno de mis favoritos de todos los tiempos. De hecho, es el motivo por el que escribí este texto. Me has pillado!!!!! jajajajaja

Anónimo dijo...

aún no queriendo ser indiscreto, perdona mi atrevimiento pero, de quien era la carta??