.

08 abril 2009

El arte por helarte ( y II)


La vida privada de algunas personas son como los entrenamientos secretos de una selección de fútbol de medio pelo. Suscitan todo el interés del mundo, pero en realidad dentro no pasa absolutamente nada: algunos lanzamientos a puerta vacía, un par de carreras de los suplentes, las regañinas del mister (o sea, nuestro super-yo) y una interminable sesión de vídeo en la que el infierno son los goles de los otros. Cuántas veces nos habrán pillado en un momento de encefalograma plano, pensando en nada o en bien poco y nos han preguntado: “Cariño ¿en qué estás pensando ahora?”. Respuesta: “Uff, no sé, en que… en que te quiero”. Eso ha callado muchas bocas y salvado muchos matrimonios, pero también alimentado la fama de introspectivo y soñador de muchos.

Hace algunos años campaba a sus anchas por la noche madrileña el hijo de un famoso humorista. El buen mozo llevaba siempre una capa de tuno o de vampiro (según el humor de cada cual), y se pintaba una lágrima negra en la mejilla izquierda. Desde luego era la viva imagen de un poeta maldito, de un tipo con una personalidad más atormentada que una cara b de The Cure, un cruce entre Baudelaire, el actor que canta “la oscuridaaaaaaad se cierne sobre mí” y el protagonista de El Cuervo 3. Pero luego bastaban dos minutos de conversación para darse cuenta que lo más profundo de él estaba en la superficie, que apenas sabía la diferencia entre sujeto y predicado (ya no hablemos de conjugar verbos) y que nunca había pasado de las primeras diez páginas de las novelas que llevaba en la mano para que todos viesen lo mucho que leía.

Probablemente sea un ejemplo un tanto extremo, como catalogar de aburrido al fútbol por una Copa de Europa que termina empate a cero, pero sirve para ilustrar el talento que tienen algunos para venderse a sí mismos como un producto precocinado y listo para su consumo. ¿No somos todos un poco como ese personaje? Como el último espécimen de nuestra propia tribu urbana nos ponemos cada mañana el traje que mejor le convenga a nuestra imagen pública y las emociones que queremos demostrar. Cuantas menos mejor, claro está, porque en nuestro mundo está prohibido mostrar debilidad y –en contra de lo que pensábamos en los 90- no existe el hombre nuevo, ni la neo-mujer, ni la vulnerabilidad está de moda. Como aquel príncipe-guerrero chino de hace muchos siglos que era tan guapo que tenía que ponerse una máscara horrenda para entrar en combate (y que le tomasen en serio), nos hemos acostumbrado a no ser nosotros casi nunca para poder serlo a veces. Y así nos va estupendamente.

Artista del día: Wire

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy totalmente de acuerdo en que el nuevo hombre y la nueva mujer, que teoricamente convivirian en armonia en el modelo socioproductivo actual, es inoperante en la cotidianeidad. Ella espera de el que sea valiente, viril y muy seguro de si mismo, que no tenga ni un momento de flaqueza aunque ello le haga parecer insensible y sobervio. El, de tanto esconder sus emociones para no parecer devil ya ni se acuerda de como eran. La historia de todos los tiempos. Aunque ahora ellos tambien tengan que cambiar pañales.

Anónimo dijo...

:)