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30 octubre 2010

El alcohol es joven



Cada dos o tres meses se publica en la prensa la misma noticia –con titulares tan grandes como el último empate a cero del Real Madrid o el nuevo escándalo de Berlusconi-: “se dispara el consumo de alcohol entre los jóvenes españoles”. También la droga, aunque se tiene muy asumido, y el pie de página suele señalar que dicho consumo se ha estabilizado (o estancado). También cada dos o tres meses la opinión publica se escandaliza con la media de cervezas y cubatas que toman nuestros escolares. Según las últimas encuestas los más púberes atribuyen la ingesta de alcohol a que “les gusta el sabor”, preferentemente de los combinados. Todo el mundo sabe que el estreno con el vodka o la ginebra consiste en tragar sin respirar y aguantar las nauseas. El primer contacto es dramático y si no fuera por las palmadas y collejas y el continuo jalear de la pandilla no probarías ni una gota más.

Cuando ya te acostumbras al sabor sigues bebiendo con la única intención de 1) perder el conocimiento y 2) decirle a Marta, Eva o Bea que estás por ella, antes de perder el conocimiento. Entre los 14 y los 16 años lo único que sabe bien es el chicle de fresa ácida que aniquila cual lejía las papilas gustativas, los palotes, los bollos industriales, las hamburguesas con sucedáneo de queso y carne y el primer beso con lengua. El director gerente de la Agencia Antidroga afirma alarmado que existe un problema de permisividad pasiva porque los padres no impiden que sus hijos se emborrachen. En realidad los padres creen que cualquier contacto con una sustancia prohibida se debe a tus malas compañías o a que te han echado algo en el refresco.

Yo mismo no recuerdo haber bebido jamás tanto como a los catorce, cuando le decías a tu madre que te dolía el estómago porque te había sentado mal la coca cola con el tigretón, cuando en realidad te habías metido entre pecho y espalda dos litros y medio de ginebra con limón en hora y media escasa, compartiendo con tus amigotes la paga semanal. Se necesita tiempo para aprender a beber, pero los de mi generación dimos clases intensivas los fines de semana. Aún están por ver las consecuencias, pero lo que está claro es que la industria de la bebida, el tabaco y la droga (ésta auténtica economía sumergida) es mucho más poderosa que la de la salud y la educación, y lo va a seguir siendo mientras haya adolescentes, tiempo libre, hormonas y la imperiosa necesidad de dejar de ser uno mismo, seas quien seas, durante la noche del viernes, esa en la que te has olvidado de la resaca del sábado anterior, cuando quisiste morir, cambiar, ser otro.

Artista del dia: The Roots

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