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06 septiembre 2010

Caretas



En las lagunas de mi memoria siempre han habitado monstruos submarinos, misteriosas especies que parecían venir de otro mundo y otro tiempo. A veces, cuando más solo me he sentido, corría la voz de que una de mis criaturas había sido vista atemorizando a los lugareños, y de repente ciertas personas se interesaban por mí, por mi torturada vida interior y mis cataclismos emocionales, los oscuros pasadizos por los que transitaban mis ideas sobre el amor y el deseo. Estando bajo el cielo de Madrid en 1994 o la luna de Londres 1997 era básicamente el mismo escurridizo monstruo que solo se manifestaba para lograr alguna ventaja o incrementar el turismo en varias zonas de su cuerpo. Hoy me doy cuenta de lo anticuada que resulta hoy esta pose.

En septiembre del 2010 lo que está de moda es ser feliz, o por lo menos, demostrarlo. Ya no van a ninguna parte las chicas que soltaban su retahíla de traumas cinco minutos después de entablar conversación, ni los compadres de barra de bar que te contaban su vida y miserias invitándote a un gin tonic con ginebra de importación. Tampoco las amigas que te enseñaban marcas transversales en sus muñecas, o que parecían estar a punto de tirarse de tu coche en marcha en cualquier momento. Las aventuras de una noche podrían estar sazonadas de largas confesiones y visitas a las zonas más intrincadas del interior de una persona. En salas de conciertos y discotecas siempre había un rincón para algún tímido chico con gafas que miraba al suelo mientras contaba mentalmente como dirigirle la palabra a la morena con camiseta de los Smiths.

Con un poco de suerte su introversión (forzada o no) daba sus frutos, y la camiseta acababa tirada sobre una silla en algún desordenado piso de soltero. Se le sacaba mucho jugo a aquella cara con expresión de limón amargo. Pero ese panorama en el que solo te hacía falta una goma para salir a la calle con la careta puesta y al quitártela siempre contabas con otra debajo, se antoja ahora tan prehistórico como las sillas de diseño o las cartas de amor. En la era de Facebook (y su equivalente porno), Twitter, Tuenti, la propaganda viral y los mockumentaries puede que sigan existiendo los pasivos-agresivos, los vampiros emocionales o los perritos falderos, pero lo que más se lleva es la extroversión, el darlo todo en toda ocasión, estallar en risas o lágrimas cuando el cuerpo lo pide y dejarse arrastrar por las emociones positivas, el buen rollo, las comunas sentimentales en las que todo está bajo control menos la felicidad compartida.

Un personaje torturado no tiene sitio ni en las últimas películas de Woody Allen, y a este paso los fans de Ian Curtis o Nick Drake vamos a acabar como el Fantasma de la Ópera, aunque más capados que con capa.

Artista del dia: Chet Baker

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