27 agosto 2011
Migala: diario de gira de hace 10 años. Capítulo 5
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30 de Marzo:
Cogemos un avión hacia Lyón. Migala participan en un festival que se celebra en Valence, con motivo de la presentación de ... Imaginary Songs, un tributo de The Cure publicado por el sello Mudah Peach. El comandante anuncia que hay problemas técnicos y no podemos despegar. Estamos en medio de la pista y las azafatas nos ofrecen datos contradictorios, excusas de lo más preocupante, caras de póquer y un zumo de naranja. Según un miembro de la tripulación, la salida definitiva será celebrada con champaña. Varios pasajeros consideran que no es un vuelo seguro y se bajan del avión. Con más de dos horas de retraso y toda la incertidumbre del mundo, ya estamos sobrevolando la meseta.
Llegamos tarde, y aunque nos ha costado un par de agrias discusiones con la organización el conseguir una prueba de sonido de hora y media -normalmente Migala, con 7 músicos sobre el escenario y diversos cachivaches, necesitan más de dos- al llegar al Théatre du Rhone, no hay nada montado, ni batería ni monitores ni cableado, nada...
Haciendo referencia bufa a un Ep de Dominique A comenzamos a bautizar a estos franceses del sur como L´Indolence, concepto que se resume en: 1) hay prisa pero no pasa nada 2) Ejemplo gráfico: estás con gente (un promotor, por ejemplo) que tiene que llevarte a algún sitio, hacer algo por ti. De repente, desaparece, sin mediar palabra, sin explicaciones. Cuando la zozobra te invade y han pasado treinta minutos, el promotor vuelve, sin mediar palabra, sin explicaciones. Los franceses del norte y del centro nos comentaron, semanas después, que los del sur tienen siempre la sonrisa perfecta y la palabra imprecisa.
En el festival actuaron el día anterior Calc, Drugstore, Polagirl y Citron, entre otros. Según el programa del día 31, antes de Migala tocan Elm, Sinner DC y Elysian Fields. Después lo harán los cabeza de cartel, unos Little Rabbits que hace poco fueron portada de Les Inrockuptibles. Ya en la cena previa al comienzo del evento, hacia las ocho de la tarde, tenemos sensaciones agridulces. Abel y Coque hacen una entrevista para el portal www.popnews.com, los demás intentamos emborracharnos con vino de garrafa en una zona de backstage bastante pintoresca. Comemos rodeados de seguratas, las camareras de la barra, chicos con tatuajes, y canciones punk atronando desde un equipo que sabe que la mejor defensa es un buen ataque.
Migala, sin duda, no son el centro de la fiesta. Esta noche no tocarán el "Plainsong" por el que están aquí. La cantante de Elysian Fields -dúo norteamericano de pop-folk que suenan como unos Mazzy Star siniestros- se acerca directamente a Coque y charla animadamente con él. El carismático teclista nos hace el vacío y no nos la presenta, mientras seguimos sorbiendo un vino que parece recién cosechado. Seguro que los seguratas, los punks y las camareras han pisado las uvas hace apenas unas horas.
El concierto pasa sin pena ni gloria. Un buen sonido, unas 400 personas, decentes ventas de discos y camisetas, y L´Indolence reinando por doquier. Cuando salen a escena los Little Rabbits hacen un comentario despectivo sobre Migala, algo así como "después del folk español, vamos a bailar". Tras la actuación, casi tienen un altercado con Diego y compañía, demasiado orgullosos como para pasar por alto una afrenta semejante. Lo peor es que Little Rabbits ofrecieron un show infame, medio funky, efectista al máximo. "Hairs to the sea", pensamos algunos. Aquella noche parte de Migala aprendió lo que es una fiesta francesa post-concierto. Te llevan a una casa aislada, entre valles y vacas. Te meten en una casa a beber cerveza -no siempre fría- y cuando les preguntas por qué no ponen algo de música responden "Ah, sí, ¡la música!". Al menos aún quedaba algo de popper.
Afortunadamente Nacho Vegas, Coque y yo nos fuimos al hotel antes de sufrir los estragos del espíritu lúdico de nuestros promotores, amigos de los promotores, novias de los promotores y periodistas varios. Coque, estricto como siempre a la hora de controlar los gastos extra de la gira, impide que Nacho y yo nos tomemos el último cubata en el hotel. Una vez quitado el precinto del mini bar, nos cobra carísima la osadía de mezclar una botella en miniatura de whisky y una lata de coca-cola en sendos vasos. Nos quejamos con razón, y luego le amenazamos: "ya tendremos ocasión de devolverte este feo". En los pasillos, volvemos a inhalar popper antes de decir "hasta mañana si Dios quiere".
Preso de una resaca de las que hacen época -y hasta pueden acabar con nuestra edad de oro- pasé las primeras horas del sábado. Dando vueltas en la cama, contando los cuadros de las sábanas, mirando las nubes a través de la ventana. Entre musarañas y aspirinas pensaba "ya no volveré a beber más". Es raro lo del alcohol, quizás el mayor veneno con precio de venta al público después de las hamburguesas y las entradas para el fútbol. Con dolor de cabeza, y sudores fríos uno se mira al espejo y dice "ya no volveré a beber nunca más" con la misma convicción con la que una vez pensó "esta es la última vez que me enamoro". Son los dos grandes propósitos de enmienda de los quince a los treinta y cinco años.
El protagonista de "El Lado Oscuro del Corazón" tenía un resorte junto al catre con el que, por la mañana, hacía desaparecer a sus sucesivas amantes. Estás se hundían en un pozo negro que surgía entre las colchas y las sábanas, sencillamente porque "no sabían volar". Es una estratagema perfecta, justo lo que se necesita para eludir la culpa y la tendencia crónica a la melancolía. Pero, ¿qué hacer con las cervezas, el Rioja, los martinis, el orujo, que corren por venas y arterias, que se suben a la cabeza y destilan toxinas a hígado y páncreas? Boca arriba, abrazado a la almohada era como si escuchase el mecanismo que lo activa todo, los sonidos subyacentes, los órganos hinchándose, el rumor de la sangre corriendo acelerada, y el pulso en la garganta. Si del sueño se vuelve a la vida como lanzado en un paracaídas, esta vez no había logrado abrirlo a tiempo y me dolían los ojos, las mejillas, el cuello, la frente, hasta los párpados. La boca, con su sabor a humo y a besos con lengua de ginebra, parece la de un muñeco de ventrílocuo. Por la frente escapan neuronas mutiladas, muñones del pasado, retazos de memoria y recuerdos que volverán a nosotros a la hora de morir. ¿Y para qué?
Alumbrado por el neón de los lugares que frecuentamos, la luz de las linternas en los cines de extrarradio y las estrellas que iluminan besos de despedida, el impulso a ser nosotros mismos parece hasta un relámpago. Medio llenos -esto ya no es literatura- ya no se trata de reír con unos amigos en peligro de extinción, ni una forma de alcanzar a otro cuerpo medio lleno, sino algo más, capaz de burlar la demencia y la cordura. En mi caso, lo simbolizan un montón de años como a cámara lenta resumidos en un trailer que nos revienta el final. Noches de copas y espadas, bastos y oro falso en las que acabamos boca arriba soñando con que alguien nos salve. Pocas horas después, quizás bajo la ducha, uno se siente inútil, como una pasión vencida y olvidada.
31 de marzo:
Rubén, Jordi, Abel, Diego y Rodrigo no han dormido en el hotel. Y los demás -que hemos disfrutado de habitaciones dobles para nosotros solos, los reyes de la casa- despertamos al mediodía, damos un paseo por el jardín del hotel -por el que pasa un cristalino río-, y nos jugamos las ojeras a que esos frondosos árboles, esas ardillas que corretean por los puentes de madera y un desayuno continental no son más que espejismos deformados por la resaca.
Somos calaveras a los que les gusta mover el esqueleto, pero a veces nos sentimos terriblemente perdidos, terriblemente confusos y con propensión a la lírica. Comemos con los practicantes de L´Indolence. Nos llevan al aeropuerto. Allí también hay miembros de la secta, en las líneas aéreas y el punto de check in. Queremos volver lo antes posible. Y Santas Pascuas.
Continuará.
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